"El Arte es el medio más seguro de aislarse del mundo así como de penetrar en él."
(Goethe)

8.9.09

Quimera

Quimera



Escribo estas líneas desde el lugar perfecto, junto a mi amor inmortal, para narrar el acontecimiento más maravillo que la vida me regaló.





I



Todo comenzó aquella noche magistral, la que todos soñamos con alguna vez vivir.

Eran mis vacaciones deseadas y esperadas.

El bosque quedaba a tres horas de mi residencia. Era un lugar increíble, tanto por su naturaleza, como por lo que emanaba, una especie de paz y armonía únicas, pero mezcladas con intriga y un cierto temor.

En esos tiempos me encontraba solo. Era una soledad casi desesperante, ya que no era sólo física sino también emocional. Quiero decir que no tenía ningún tipo de relación con nadie.

Mi cabeza estaba en otras cosas.

Cuando llegué a la cabaña, rápidamente dejé mis bolsos y mis cosas para ir a caminar por el bosque.

Como ya dije, era una noche perfecta. El bosque lucía vagamente gracias a la única luz que allí existía: la luna. Las estrellas que acompañaban a ésta, eran innumerables. El cielo era visible en su integridad, nubes no habían; el clima era algo fresco.

El aroma era exquisito, una mezcla de todo el arsenal de vegetales presente, sumado al aire fresco y húmedo que venía de un río cercano.



II



Cuando encontré un camino natural de árboles y flores, me detuve a contemplar. Es que realmente era hermoso.

La noche estaba llegando a su fin cuando, creo, me quedé dormido. Y digo “creo” porque lo que describiré a continuación parecía más bien sueño que realidad:



Estaba bajo el árbol en el que me había parado a descansar y admirar el paisaje cuando siento un roce en mi mejilla, que me produjo un fino cosquilleo. Giro, y luego veo una figura de mujer. Era una luz intensamente blanca y bella. Quedé perplejo y profundamente enamorado de aquella mujer. Entonces, me paré e intenté hablarle. Pero inmediatamente se perdió en los pocos confines oscuros que quedaban del bosque. Había amanecido.

Intenté buscarla, pero todo fue inútil. Había desaparecido rápidamente.



Después de lo ocurrido (o de lo no ocurrido), regresé cansado y confundido a mi cabaña. Estaba casi convencido de que la mujer y el suceso eran reales, o quizás así lo deseaba y por ello trataba de asimilarlo como tal.

El hecho es que no podía sacar de mi cabeza a esa mujer, a esa luz, a esa figura, o a lo que sea que fuese. Pasaba casi todo el día pensando en ella.

A la noche siguiente a la de mi visión, decidí que era conveniente volver al bosque, precisamente al árbol en el que había parado, para intentar tener un segundo contacto con quien ya era, sin duda, mi gran amor.

La noche se hizo eterna. El frío se hacía sentir y yo no tenía rastros de Ella, de mi Dios.

Llegó el amanecer y no había ocurrido nada. Enormemente angustiado por el temor a no verla más, regresé llorando a la cabaña, que se había convertido en una cárcel en la cual me encerraba esperando ansioso la noche.

Repetí la rutina de salir en las noches por varios días más. En todos me llevé el mismo resultado: nada.



III



Ante toda la frustración de mis búsquedas y el sentimiento de que no volvería a verla jamás, entré en una profunda depresión. Depresión que me hizo dejar absolutamente todo. Y cuando digo todo, quiero decir que no hacía nada más que respirar y llorar.

Preocupado por mi estado denigrante (no comía hacía días), logré entrar en razón. Por ello decidí volver a mi casa de ciudad y alejarme eternamente de la soledad. Soledad que sin duda me llevaría al suicidio.

Cuando subí a mi automóvil para volver a la ciudad, me pareció ver de reojo algo brillar. Me volteé y vi, claramente, una intensa luz que resplandecía en la oscuridad de la noche. El corazón me comenzó a latir a la velocidad del rayo y mis esperanzas se volvieron gigantes, tan gigantes como la Gran Muralla en sus años dorados.

Sin perder tiempo, corrí a toda velocidad en dirección al bosque. Mi felicidad era enorme.

Cuando llegué a la luz se cumplió mi deseo, era ella. La miré fijo y la adoré. Luego, con la voz más dulce y bella que jamás haya escuchado, me dijo:

- Vamos.

- Vamos... amor.

- Deberás abandonar todo si quieres venir.

- Eres todo lo que tengo.

- Y tú todo lo que yo tengo… te quiero.



Y así me llevó a su mundo, su fantástico y fantasmagórico mundo, el único lugar perfecto de la existencia y de la no existencia, en donde yo me sentía mejor que un Dios en su Olimpo.









FIN